viernes, 7 de julio de 2006

La Mujer Que Dirige Un Centro De Detención

Policewoman
En la casa le dicen Reina. En el trabajo, Del Río, a secas. Y entre esos andariveles transcurre la vida de Reina Del Río, la subcomisaria de 37 años que desde hace dos meses está a cargo del Centro de Detención de Mujeres de Fontana. Es la primera mujer que ocupa este puesto, y méritos no le faltan. De hecho, para llegar hasta acá, la muchacha debió recorrer un largo camino. Contra la corriente.

De chiquita le gustaban las novelas negras y soñaba con ser detective; pero nadie le llevó el apunte hasta que terminó la secundaria y quiso ingresar en la Escuela de Oficiales. Hasta último momento su madre trató de persuadirla. Quería que fuera maestra. Pero Reina fue perseverante y consiguió que firmaran el permiso, a regañadientes.


Adentro tampoco le fue fácil. "Sobre todo por el trato". Todavía no existían los cursos femeninos, como ahora; y las pocas mujeres que se animaban a vestir el uniforme debían soportar una rutina de quince horas que no estaba diseñada para el sexo débil.

Sobre eso afirma, rotundamente: "Los hombres tienen la fuerza física; la mujer, la inteligencia. Las materias que a nosotras nos llevan dos años, a ellos les llevan tres".

Pero si la declaración insinúa una guerra entre sexos, habrá que decir que en la Escuela de Policía conoció a quien hoy es su marido. Aclara que él abandonó; mientras ella egresó como oficial subayudante, en noviembre de 1991.

Así comenzó su derrotero por las comisarías Primera, Sexta, Séptima y Octava, donde cumplió guardias de veinticuatro horas, labró actas, intervino en accidentes de tránsito, enfrentó a borrachos y se midió con delincuentes, cuerpo a cuerpo.

Recuerda su primera vez: un baile en villa Río Negro que terminó con un tiroteo cruzado entre festejantes y policías.

—¿Y qué pensó en ese momento?
—Cualquier cosa. Te preguntás qué estás haciendo ahí, si te quedás o salís corriendo —contesta Del Río; aunque quizás en su respuesta se esté colando Reina, madre de una nena de 13 años y un varón de tres, que ahora sonríen desde el único portarretratos que adorna su escritorio.


—¿Cómo lleva su vida familiar?
—Y, bueno, cuando llego trato de fijarme qué comieron, si la ropa está limpia, si tienen todo para la escuela. Mi suegra me ayudó siempre. Mi hija es responsable y hace todo sola; no hay que estarle encima. Y mi marido está acostumbrado —Reina se ríe—. El también pasó por la Escuela de Policía y sabe cómo son las cosas; y la verdad es que es un hombre muy bueno, tranquilo y muy seguro de sí mismo. Hay mucha confianza.


—¿Dónde tiene más poder, en su casa o en el trabajo?
—No sé —se ríe, casi a carcajadas—. Con mi marido tenemos relación buenísima, hablamos mucho; y con los chicos trato de ser comprensiva. Somos abiertos. Intento que sean conscientes de lo que hacen y les digo adónde les conviene ir y adónde no. Pero no me gusta prohibirles las cosas.


—¿Con las internas es igual de comprensiva?
—Mmm ... No sé si soy fría, no sé. Trato de comprender, las respeto; pero nada más. Al principio me costó. Trabajar con detenidos es otra cosa. No es lo mismo meter a alguien preso, que cuidarlo. Es otro trato. Para un policía el delincuente es lo más bajo que hay. Después te das cuenta de que son seres humanos y que ya está cumpliendo su pena.


—¿Hay más entendimiento entre mujeres?
—La ley exige que el Centro de Detención de Mujeres esté manejado por mujeres. Se evitan malos entendidos. Por ejemplo, una mujer puede entender mejor la situación de aquellas que están detenidas con su hijo. Ahora tenemos dos. Pero, además, las mujeres de por sí tienen buena conducta. Son otros tipos de delitos. La mayoría está por crímenes pasionales, o por drogas, lo que se dicen mulas. No son peligrosas.


—¿Cómo es su relación con los hijos de las convictas?
—Buena, muy buena. Los chicos se pueden quedar con la madre hasta los cuatro años. No tienen lugares propios, duermen en el pabellón, con las otras; pero es buena la relación. Si están enfermos, los llevamos al médico; los que no están bautizados se bautizan acá, las chicas los miman mucho; salen bien malcriados.


—¿Siente lástima?
—¿Por los chicos? Puede ser. Tratamos de que estén lo mejor posible; ellos no tienen nada que ver.


—¿Y por las madres?
—No. Pero puedo entenderlas. Tenemos el caso de una señora que mató a un hombre que había abusado de su hija. Otras que mataron a su marido porque les pegaba. Nadie sabe cómo puede reaccionar si le toca vivir esas circunstancias.


—¿Alguna vez se sintió discriminada?
—¿Dentro de la Policía? —Reina piensa, piensa, y por momentos parece que va a contestar Del Río; pero al final gana ella—. Digo que sí. Por ser mujer, cuesta más ascender.


—Pero a usted la ascendieron
—Sí —se ríe—, desde el 29 de mayo de 2006, cuando asumí como jefe de la división.


—¿Jefe o jefa?
—Jefe —contesta Del Río, y no duda—. Jefa quedaría muy ... No sé, no existe esa figura, la palabra jefa no me encuadra.

Fuente: La Chaqueña.

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