martes, 19 de septiembre de 2006

Ricardo Sánchez: Desde El Espinillo Hasta La Habana

Argentina Cuba
La voluntad de superación y su anhelo de formarse humana y profesionalmente para que los más necesitados tengan en él un eslabón en la cadena de la integración, en una comunidad cerrada —aunque con fuertes signos de solidaridad en situaciones límite—, fueron puntales para que Ricardo Sánchez pueda hoy sentirse orgulloso de haber cumplido con éxito su primer año en la carrera de medicina que cursa en la Escuela Latinoamericana con sede en Cuba.

La introducción en esta particular historia no sería completa si se obvia que el joven en cuestión es de origen toba, con todo lo que ello implica: el entorno, su infancia, la marginación social de su raza y de otras etnias, y las limitaciones para acceder a determinados sectores, por más que la frase «nuestros hermanos aborígenes» se haya hecho más una salida elegante o circunstancial de ciertos políticos que una cuestión de sentido común o de pensamiento sincero.

Sus firmes convicciones y ansias de colaborar con los más postergados —desde el protagonismo y el compromiso— fueron clave para que aquel panorama incierto, oscuro y pesimista de su infancia, tome hoy otro rumbo diametralmente opuesto a lo que el destino pudo haberle deparado, como a tantos otros jóvenes de El Impenetrable chaqueño.

Está a mitad del río, pero con la fuerza necesaria y el viento a favor para cruzarlo. Como en aquellos días en que desde el Paraje Paso Sosa —jurisdicción de El Espinillo—, en una balsa construida por su abuelo Roberto Romero Sánchez (para él, su padre) cumplía la rutina de atravesar —de lado a lado— el Bermejito para asistir a la escuela primaria del paraje San Luis, a unos cinco kilómetros de su casa.

Una escuela primaria que lo tuvo como repitiente varios años por la necesidad de acompañar a su familia al laboreo de la tierra y la cosecha del algodón, lo que le impidió cumplir con las exigencias del ciclo lectivo regular.

Una infancia que se llevó a su madre cuando él contaba con cinco años, en el primer golpe duro recibido en un marco de adversidad, donde las limitaciones de todo tipo estaban a la orden del día.

Sus abuelos, con toda la sabiduría propia de los años, fueron —entonces— los pilares de su vida, los consejeros. Y como generalmente ocurre en estos casos, terminar el séptimo grado ya era todo un logro, una hazaña.

No para Ricardo, a quien la vida le deparó el segundo golpe, inesperado: el fallecimiento de su hermanito de cinco años; y más tarde, su abuela.

Pero lejos de abatirse ante las circunstancias o dejarse invadir por la impotencia, se propuso iniciar los estudios secundarios y lo hizo en la ENS 68 de Villa Río Bermejito (hoy CEP 87 General Enrique Mosconi), de donde egresó en 2004 con el mejor promedio final, y lógicamente como abanderado del establecimiento.

Otro logro estaba consumado, pero … ¿Por qué no pensar en estudios superiores? Fue así que con una beca de 400 pesos del Senado de la Nación, otorgada por única vez, inició la carrera de medicina en Corrientes, en la Universidad Nacional del Nordeste.

A los tres meses fue confirmado como uno de los jóvenes becados por el gobierno de Cuba para ingresar en la Escuela Latinoamericana de Medicina, y desde entonces comenzó a escribir otra historia.

A pesar de los golpes de la vida, razones no le faltan para considerarse «tocado por la varita mágica» o «un bendecido de Dios». De él dependerá cruzar la otra mitad del río. Pero su férrea voluntad y firmes convicciones permiten avizorar que la costa está cada vez más cerca, porque esos golpes que desgarraron su alma lo curtieron y le enseñaron a valorar que el sacrificio vale la pena.

De carácter introvertido pero con una personalidad y convicciones definidas, Ricardo Sánchez ha aprendido a valorar lo que la vida le dio. Su incursión por Cuba lo ha marcado ostensiblemente, al punto tal de evidenciar signos de idolatría hacia el líder de ese país.

—¿Sos consciente de que muchos jóvenes querrían estar en tu lugar?

—Puede ser. Soy un joven chaqueño, que tengo el inmenso privilegio de encontrarme cursando mis estudios universitarios en Cuba, gracias a la solidaridad que allí se practica por iniciativa de su líder, el comandante en jefe Fidel Castro.

Mi idea es transmitir esa inmensa solidaridad de un pueblo que, a pesar de soportar un bloqueo que lleva más de cuatro décadas, sigue haciendo realidad los sueños de miles de jóvenes en el mundo entero y apuesta a formar profesionales de la salud con conciencia social, que trabajen en las zonas más necesitadas de sus respectivos países.

Esos profesionales de la salud deberán estar dispuestos a luchar por la vida, con una formación que incluye base médica general y un fuerte pensamiento humanístico.

—¿Qué significa Cuba para vos?

—Cuando vengo de Cuba me preguntan cómo es y cómo es la gente, y muchas veces hablan mal sin conocer. Cuando se habla de Cuba no se puede dejar de mencionar que se trata de un país que no sólo otorga becas a jóvenes de otras nacionalidades para que estudien (entre otras carreras Ingeniería, Licenciatura de Enfermería, Medicina, Licenciatura en Traumatología, Derecho, Deportes, Ciencias Económicas, Arte, Historia o Psicología), sino que apuesta al desarrollo cultural como una forma de llegar a la construcción de ese hombre nuevo del que tanto hablaba el «Che», y por el cual dio su vida.

Hablo de un país que no tiene analfabetos, que posee muy bajos niveles de deserción escolar, que tiene un índice de mortalidad materno-infantil que se compara con los países del primer mundo, con un médico cada 120 familias, un país cuyos niños tienen garantizado un litro de leche diario hasta los siete años.

Es un país sin niños en la calle, donde el trabajo infantil no se conoce, un país que se moviliza instantáneamente y de forma masiva para reclamar junto con su líder y comandante, Fidel Castro, para luchar hasta la victoria.

Un país que exige un proceso judicial justo y un trato carcelario digno para los cinco jóvenes cubanos cautivos en Estados Unidos, que lucha y trabaja por su regreso.

Hablo de un país que nos permite festejar el 1º de mayo, el Día del Trabajo, en una plaza vestidos de rojo, donde la imagen del «Che» está presente en una cantidad infinita de banderas que levantan niños, viejos y jóvenes.

Un país que a lo largo de la historia se ha mantenido firme frente al imperio, porque ya han pasado 45 años de lucha, dedicación y trabajo por la superación y dignificación del hombre y la justicia.

Soy un eterno agradecido a esta posibilidad de seguir estudiando que me brindan, porque no sólo aprendo medicina, sino que también he tenido la oportunidad de vivir en libertad y comprobar que la dignidad humana es posible y existe en Cuba, a pesar de que algunos piensen lo contrario.

Todo ese conocimiento lo quiero transmitir a mi gente, porque volveré a mi tierra para aportar toda mi sabiduría.

Creo que es lo menos que puedo hacer para que la llama de la esperanza siga encendida.
Fuente: Chaqueña.

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